Amo la palabra desnuda,
del derecho, del revés,
la que crea
sus normas sin norma,
la que deambula sin ley,
fugitiva, vilipendiada,
saltarina, brillante.
Amo la palabra sucia
y violada de Bukowski,
la turbia de Carver,
la desesperada de Cioran,
la luminosa
de Gibran y Tagore,
la serena de Machado
o la bella y sutil de Federico.
Amo la palabra chispeante
de Gioconda Belli,
la sabiduría oriental,
la sabiduría de toda
tierra ancestral…
También la novela
el cómic o la viñeta.
Amo cualquier palabra
pronunciada con respeto,
la amo anárquica, voladora,
plena, soñadora,
escrita, recitada con alma.
Amo la palabra,
pero libre y honesta.
Jamás encorsetada.
Jamás mentirosa
o manipuladora.
Jamás adornada
con fuegos de artificio
que no conducen
a ningún lado.
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