Se acaba el año y ni siquiera me planteo hacer un balance final de cómo nos ha ido, porque lo considero desastroso en los temas que me interesan, como las cuestiones sociales y relacionadas con los derechos humanos. En la carrera por la vida la insolidaridad, la intolerancia y el egoísmo están ganando terreno a una velocidad alarmante.
Pero no quiero despedir al 2024 sin hacer una reflexión sobre la manipulación feroz a la que estamos sometidos. De tal manera que lo que fue actualidad rabiosa hace un mínimo de tiempo, ahora es un asunto caduco. Lo presentía cuando daba la impresión de que la decisión de amnistiar a los protagonistas del procés catalán iba a romper las costuras constitucionales del país. Visto desde la perspectiva del hoy, donde los partidos conservadores del nacionalismo catalán y vasco pactan con el nacionalismo español para desactivar impuestos a las grandes eléctricas, todo aquel guirigay suena a desmesura interesada. Tan fea era la motivación para llevar a cabo la cuadratura del perdón judicial como había sido fea la fabricación penal anterior y sobre todo fue feísimo el engorde artificial del escándalo. ¿Qué escándalo puede haber si la política es de un pragmatismo cristalino? Basta observar cómo llegó al futuro Gobierno de Estados Unidos un grupo de oligarcas forrados que cantaban las maravillas de escuchar la voz del pueblo. Por supuesto, el pueblo es maravilloso solo cuando te da la razón y la caja.
Los españoles tenemos tendencia a subdividirnos. Unos son de río y otros de mar. Unos de pan blanco y otros de integral. Unos de madrugar y otros de trasnoche. Solo hace falta ver cómo una cuadrilla de amigos pide su café para entender que ponerlos de acuerdo es tarea inabarcable e innecesaria. Los españoles funcionan cuando saben gestionar sus desacuerdos. Ahora que nuestra economía va bien tenemos la falsa necesidad de sentir que la política discurre entre incompatibles. Y cuando estamos en invierno echamos de menos el calor sofocante del verano. Amparados en las redes sociales, algunos encuentran un agravio en que otro cuelgue un buenos días. Exactamente ahí es donde estamos. Y en ese sentido tenemos un margen de mejora abismal: Que tu placer no suponga el disgusto de nadie. Que tu desgracia no tenga necesariamente que venir causada por la felicidad de otro. Convivir es más sencillo cuando sabes que el año nuevo que llega durará 365 jornadas, para bien y para mal.
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