Me gusta conducir
cuando la niebla
duerme todavía
en el regazo oscuro
de la montaña
que se alza dura
y hermética
frente a la carretera.
Avanzo mientras
volteo el rostro
para llenarme
de cierta eternidad.
Salgo de mí,
soy experto en salirme
de mí para elevarme,
dejar todo atrás
para ir a llenarme
las manos de niebla
para verme, ahora,
desde arriba
tan pequeño
buscando lo nunca
extraviado,
lo que simplemente
nunca ha estado.
Es verme y entender
que soy quien soy.
Regreso
y exhalo al fantasma
que intentaba habitarme.
Alguien toca la bocina
y me saca
del ensimismamiento
justo en el instante
en que la luz extingue
de raíz toda la niebla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario