Cuando mis ojos
perfilan el roce
del ala en el aire,
descifran el fuego.
Cuando mi oído alcanza
la tensión del átomo
escucho estremecerse la vida.
Cuando mi piel inspira
la temperatura que fuera
de mí -en sinergia-
circunda e inflama,
soy el lobo al acecho
de toda verdad.
Fiera de fauces y garras.
Encrespado.
Devoro lo que ocurre.
Después,
el cazador de la noche
abrirá mi vientre
y me hundiré,
de nuevo,
en la rutina del pozo
cargado de piedras.
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