Cabaña en Trouville es un ejemplo paradigmático de la pintura de lo efímero, en la que el tema no existe. La armonía líquida del cielo y del mar, separados por una tenue línea de horizonte más oscura, la transparencia del agua que lame la arena rubia al retirarse, son los auténticos temas de este paisaje. La costa cubierta de maleza y la casa sólo están presentes para que su masa oscura y desordenada contraste con las «magias del aire y del agua» y las realce. Una vez más, el genio de Monet interpreta las lecciones de su primer maestro, Eugène Boudin, que también fue un poeta de los efectos atmosféricos, reconocido por Baudelaire, Corot y Courbet. El deseo, que Boudin expresa a menudo, de captar la luz y hacer palpable lo efímero, se advierte en esta obra de Monet. También Boudin interpretó pictóricamente las costas normandas que, al final de su vida, se convierten en amplios espacios tratados con pinceladas largas y ligeras que rozan el lienzo sin llegar a cubrirlo. De las obras de ambos artistas se desprende una comunión de ideas.
Otra semejanza llama igualmente la atención al contemplar Cabaña en Trouville: su marcada similitud con La caseta de los aduaneros (Cabaña de pescador) que Monet pintó un año más tarde, en 1882, en Varengeville, realizando varias versiones. La composición es idéntica: la línea elevada del horizonte, la elección del punto de vista, el acantilado que ocupa el ángulo izquierdo del lienzo, el emplazamiento y la forma de la cabaña.
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