Quién diría que el hierro
iba a vestir la piel
de los guerreros,
que irían estos escondidos
bajo el arco
de su eterna dureza.
Quién diría que estaba
allí mucho antes
de que ardiera en las fraguas,
bajo unos brazos
que lo trabajaron,
incansables, como astros
que no huyen.
Quién diría que brazos,
manos, dedos,
que lo fundieran,
que lo traicionaran,
se harían después
huéspedes de su ánimo.
Quién diría que aquella
piel cobriza
se soldaría fuerte
con el hierro,
en un material único,
en el momento en que
una sola espada
atravesara el corazón
atómico de las corazas.
Quién pensaría que esa
aleación de sangre,
hierro y dermis
sería germen,
siembra para el canto,
empasto cruel
para la leyenda,
insulto que ofende
el ánimo de los que
a como yo les ofende
profundamente
la violencia como forma
de imponerse a los otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario