Un forastero llega a un pueblo y pregunta dónde hay una pensión. Le responden que hay dos, y que una la tiene enfrente. El forastero se acerca a la pensión, le dice al dueño que ha de quedarse en el pueblo unos días y pregunta si tiene habitación libre.
—Está libre una en el piso de arriba —dice el dueño—, pero a los desconocidos les pedimos por adelantado una señal que les será descontada al salir.
El forastero le entrega 100 euros y le pide la llave para ir a la habitación. Mientras sube la escalera, el dueño sale a la calle apresuradamente, corre hasta la cercana Lavandería y le entrega al encargado los 100 euros:
—Toma lo que te debo, te traeré más sábanas para lavar.
El encargado de la Lavandería, aprovechando que está solo, atraviesa la calle y entra en el Taller de la acera de enfrente:
—Toma los 100 euros que te debo por la reparación de las lavadoras— le dice al dueño, que deja lo que está haciendo, pone el cartel de “Ahora vuelvo”, entra en el Bar de la esquina y pide una cerveza:
—Vengo a pagarte los 100 euros que me prestaste para la compra de herramientas — le dice al dueño.
La prostituta del pueblo, que está saboreando un vaso de licor en la barra, se da cuenta, hace un gesto al dueño y le susurra que como ya tiene dinero le devuelva los 100 euros que le debe por sus servicios recientes. El dueño le paga discretamente, y la prostituta sale del Bar, atraviesa la calle y entra en la Pensión.
—Vengo a pagarte los 100 euros que te debo por el alquiler de habitaciones este mes —le dice al dueño, y le entrega el billete.
En ese momento baja por la escalera el forastero:
—Me lo he pensado mejor, perdone la molestia y no se ofenda, pero no me voy a quedar. La habitación es horrible— y alarga la mano para recuperar sus 100 euros.
El hombre se marcha calle abajo. En el pueblo todos han pagado sus deudas sin que nadie haya gastado un céntimo.
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