Sentadas en ese viejo
banco del parque,
junto a los columpios
infantiles
que ya no funcionan
y pisando las hojas
que el otoño
ha desprendido
de los árboles,
con un rosto serio
y gestos comprensivos
en las manos
en afán resignado
(algo inválido),
mientras el pelo ejecuta
danzas astrales
por entre los hombros,
la calle, la hierva
asienten en silencio
y los ociosos deambulan
ignorando lo que ocurre
en ese punto
exacto del mundo,
las dos mujeres conversan.
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