Hay preguntas que no hago
porque ya se hicieron antes,
incluso desde los principios
de la existencia del ser humano,
en todo tipo de lenguas,
de sociedades y de culturas,
y a las que nunca nadie
les ha encontrado respuestas.
Cuando no hay respuestas
entra en juego la imaginación
y se llega a conclusiones
que se convierten en dogmas,
sin haber conseguido
desentreñar
las verdaderas respuestas.
Pero sirven para manipular
nuestras vidas:
El destino, la vida, la muerte,
la bondad y la maldad,
son cuestiones que no tienen
una respuesta clara y simple
para llegar a su comprensión.
Y nos envuelven en sus sombras,
convirtiéndonos en crisálidas
que nunca llegarán a mariposas,
quedando encerradas
para siempre
en la urdimbre de la duda.
Hay preguntas
que no volveré a hacer
porque nadie
podría responderlas
con la precisión de una
ecuación matemática.
Y me remitirían
a los libros de los filósofos,
de los humanistas, de los eruditos,
de los santos y de los demonios,
de todos los que a las preguntas
añaden más preguntas.
Siempre seguiré crisálida,
y jugaré también
con la imaginación,
pero no para buscar respuestas,
sino para encontrar metáforas
que me enseñen
de una forma bella
cómo sería la luz si pudiese
llegar a ser mariposa.
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