Parece el mundo entero
estar de caza.
Escúchales ahí fuera:
La gente deambulando
por la calle
con el corazón lleno
de armas cargadas
y el sudor de la bilis
que les hierve
en la cabeza y la garganta.
Van siguiendo la hilera
que ha trazado la metralla,
el olor de las cosas heridas,
el rastro luminoso de las risas
y la gente que se besa.
Todos quieren por lo visto
colgar en las paredes
de sus celdas
las cabezas de los pájaros,
el trofeo disecado
de algún cuerpo enamorado.
Llevan jaulas
para encerrar la lluvia
y redes donde atrapan
mariposas
y tanques y dinero
y palabras
como arañas afiladas
y máquinas enormes
que congelan los sueños.
Vienen locos bufando
como trenes hambrientos,
hinchados por la ira
y por el miedo.
Llevan nombres
escritos en sus listas
y husmean las aceras
y acechan las esquinas
y atisban a través
de las ventanas
para ver lo que hay
dentro de tu casa.
Nos rondan, nos acechan
Y más tarde o más temprano
lograrán acorralarnos.
Ya se ha abierto la veda.
Han puesto un alto precio
a la dicha de la gente
y el cronómetro torvo
de la muerte nos viene
pisando los talones.
A los que hablamos de paz,
de amor y de respeto
ya pocos nos hacen caso.
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