Hablemos de volcanes, de humedad en los montes, del alba que se admira desde la isla en invierno, sabiendo de tantas despedidas que hubo en generaciones anteriores que se vieron obligadas a cruzar ese charco que nos rodea y que llamamos Océano. Hablemos de ello para comprender tanta tristeza y también a los que ahora llegan a nuestras playas buscando aquí lo que buscamos antes nosotros allende los mares. Hablemos de los sueños que son melancolía, que saben a penurias, recordando cómo partían los de antes, atendiendo a los que nos llegan ahora.
Hablemos del espíritu que, roto, se deshace, fluyendo con las lágrimas, hablando con la lluvia, si es que llueve; hablando del calor, si el solajero aprieta. Hablemos mismamente del mar en el enero que mira viejas playas calladas, escuchando las espumas serenas de las olas que se agotan.
O estemos en silencio, si acaso sospechamos que curan las heridas las voces del silencio, cuando nos llegan vientos de borrasca. O estemos en silencio si es cierto que pensamos que pueden los silencios ser forma de respeto por la gente que ya no habita el tiempo que nos toca.
Pensemos en la vida, pensemos en la muerte, tal vez ese momento que viene sin decirlo, sin avisos, robándonos las cosas que tenemos, robándonos la hacienda, la risa y las tristezas, los odios, los amores que hicieron que la vida se tejiera con tintes diferentes a otras vidas.
Sepamos entendernos, sepamos comprendernos: si acaso el desconcierto nos llena cada día de existencia, si acaso la mañana nos lo dice, tal vez el desconcierto que llena la existencia no es otro que los miedos que borra la poesía que se escribe con ganas de afrontar estos temores.
La voz que trajo entonces la alborada
manchaba el brillo claro en las alturas,
hablándonos del sol, de sus diabluras,
jugando a reflejarse en las fachadas.
Y oyeron al cristal donde sonaban
las horas de silencio tan oscuras
que pudo descorrer con llamas puras
el eco en que quebró la madrugada.
Y quiso la mañana, con aliento,
volar el cielo azul, cruzar el cielo,
su magia, su color, su principado.
Y asombro, respeto y sentimiento
nacieron de mi pecho en un conjuro
que de mis islas me dejó enamorado.
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