De esta apostasía
en que yergo mis altares
no quedará sino el bostezo
de otra letanía,
la llaga abierta del crepúsculo
sobre pétalos de jacaranda
y empaladas a su cruz
unas dudas abisales
para afrontar
los misterios de la vida.
Pero querría asir el viento,
abarcar su geometría,
su danza incandescente.
Aun entonces, probablemente,
no entendería que el fuego
es más que un vasto páramo
de luciérnagas disecadas.
Un asombro del que los mapas
no esculpirán su huella tenue.
Y quizás esto sea todo.
Todo aquello cuanto los dioses
convinieron suficiente
y con ello habré de conformarme.
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