No les dejan nada
y la nada se debilita
con el paso de los días,
los silencios, los susurros
o los gritos de los otros.
No les dejan nada,
tras ese obús de mentiras
aderezadas con sus dioses.
El suelo se desploma
sin clemencia
y olvida que, allí,
amanecía vida
cada jornada,
risas y gritos de niños
que, ahora y siempre, yacen
entre sus polvorientos
amasijos inanes.
Abismo atroz
coronado por el hierro
de las últimas vigas
que sobrevivieron
al fuego de los otros.
Y ya, todo es silencio,
silencio como el de
las noches frías
que aconsejaban
acurrucarse
en las camas familiares,
a la espera de cada mañana
y todo su futuro.
Hoy, todo es silencio,
ya nadie ansía esa mañana,
esa noche de camas y mantas.
Se han olvidado los sueños
con el silbido de las bombas
segundos antes
de que todo se borrara.
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