Lo que es exactitud.
Lo que perdura
entre el fárrago eterno
de las horas,
lo que queda, en su brillo,
en la mirada
en declive del hombre.
Su sonido
ya nunca intercambiable,
grabado en la palabra
con dolor construida,
tal vez única
en su significado.
La mañana
o la tierra. Los ecos
de lo que no retorna,
los ojos de otros ojos,
evocados con el temblor
de quien inventa
la nueva realidad,
lo que es tangible
ya solo en el papel
por tinta herido,
al fin otra materia,
trascendida
de la efímera hazaña
del objeto
que observas a la luz
de la mañana
con mirada común.
El viejo robo
de oficiantes sin nombre
permanece
con intacto sentido,
con idéntico azogue,
desde tiempos remotos.
El mismo esfuerzo siempre,
el mismo empeño
que constituye
el acto que eterniza
el segundo que muere
entre tus dedos.
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