lunes, 29 de julio de 2024

REFLEXIÓN: QUIZÁS, TAL VEZ


Somos seres opinadores y, en el frenesí de comentarlo todo, es fácil precipitarse por la rampa tramposa de la generalización apresurada. Este mundo de urgencias y apocalipsis otorga más credibilidad a las afirmaciones simplificadas, contundentes y sin fisuras, incluso vociferantes, como si fuesen prueba de conocimiento y capacidad de liderazgo, mientras ignora a quienes tienen el valor de compartir sus perplejidades. Olvidamos que, a veces, las cataratas de certezas brotan de los labios más intransigentes. Mafalda nos advirtió del peligro: “El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta”. Los filósofos escépticos de la antigua Grecia se empeñaron en combatir esas resbaladizas creencias. Invitaban a cultivar la duda, y defendían con valentía los matices y las ambigüedades. Por supuesto, animaban a actuar razonablemente, pero sin jactarse de tener la razón. Afirmar siempre con cautela.

La palabra escéptico no significaba en origen nada semejante a descreído o cínico. En griego skepsis aludía a una investigación, a la observación y el examen a fondo de cada asunto. Entre los extremos del dogmatismo y el relativismo, hay una senda menos transitada: aspirar a saber más y mejor, con prudencia y cuidado, sin complacencia ni credulidad. Revisar y repensar incluso las verdades más blindadas. Ambiciosa utopía para escépticos.

Cuando la realidad se llena de incertidumbres, la gente prefiere escuchar voces rotundas y seguras de si mismas. Aplomo y férrea convicción son requisitos para imponerse, mientras que se rechaza el pensamiento que matiza y duda. Con la intención de ayudarnos a triunfar, nos aconsejan por doquier rapidez y contundencia, vendernos bien y pensar menos. Por el contrario, los filósofos griegos hablaban de la duda y la curiosidad, lanzaban el mensaje de que  los errores más graves no los cometen los ignorantes conscientes, sino los que están convencidos de saber, porque suelen ser reacios a reflexionar y ser flexibles. En tiempos de prejuicios y juicios acelerados, vuelve a ser terapéutica la prudencia de aquellos escépticos: solo dudando adquirimos ciertas verdades y algunas certezas. Vamos, eso creo porque la verdad es que yo casi nunca estoy seguro de nada. 

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