sábado, 13 de julio de 2024

REFLEXIÓN: QUIERO UNA DEMOCRACIA ABURRIDA


Me tenía yo hecha la ilusión de que la democracia era a los países lo que la serenidad adulta a las personas, pero llevamos casi una década enlazando plebiscitos, apuestas de todo o nada, referéndums, ultimátums, juicios finales y pactos con Mefistófeles, y no todo va a ser votar. ¿Quién se acuerda de las últimas elecciones que solo fueron eso? Unas elecciones sin más significado que el de renovar a los representantes, escenificadas sin tragedia ni mesianismo e incluso con su poquito de tedio. Hemos naturalizado la excitación perenne, instantes decisivos non-stop y alertas activas 24/7. Incluso hemos dado por buena esa idiotez de que todo gesto es político, y ya no quedan apenas refugios libres de resignificación ideológica. Todo está movilizado y listo para saltar, aunque nadie sepa por qué ni hacia dónde, pues la movilización no está canalizada por partidos u organizaciones (más débiles que nunca, con sus estructuras conservadoras y socialdemócratas en el desguace), sino por una electricidad ambiental cuyo origen y dirección no se adivinan. No hay agenda ni propósito, tan solo peligro, tensión, acción, terribilità.

De tanto asomarnos al precipicio, se nos va a curar el vértigo. Pronto olvidaremos cómo era vivir en una democracia aburrida. Por eso hay que aplaudir a las voces que recuerdan que la conversación es un fin en sí mismo, no el medio por el que ponemos de rodillas a nuestros adversarios. La democracia no puede ser solo un frente defensivo contra el horror ni puede vivir en estado de sitio perpetuo. Tampoco puede ser una celebración en la plaza ni un suspiro de alivio hasta el próximo susto. Habrá que ir pensando en premiar a quienes propongan una vida en común tranquila y sin tensiones estúpidas que solo benefician a quien las propone. 

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