sábado, 20 de julio de 2024

OPINIÓN: NO SABER GANAR


Hay en este país un pozo feo y oscuro que se toca poco o nada, porque nos duele reconocer que un porcentaje altísimo de la población está manchado con esas aguas. Hablo del alcohol. Hablo del consumo y de la adicción y del doble rasero que no cesa y que, visto el daño directo y los daños colaterales que inflige, debería estar en primera línea de preocupación y ocupación en nuestras instituciones. El alcohol mata, no descubro nada con este titular. El consumo impregna gran parte de los accidentes de automóvil, la enfermedad, los atropellos, la violencia doméstica, el maltrato, el abuso, la violencia juvenil.

Escribo esto a raíz del lamentable espectáculo dado por la selección de fútbol celebrando en Madrid haber conseguido la Eurocopa. Hablamos de deportistas de élite que nos representan, que pagamos todos. Nuestros futbolistas. “Pobres chicos, a ver si no van a poder celebrar, hombre”, “Qué liberen tensiones, que bien lo merecen”, “Claro, como tú no bebes…”. La música de siempre, el hámster dando vueltas en su rueda, creyendo que va a alguna parte sin saber que nada va a cambiar, porque para eso quien supuestamente lo quiere debería sacarlo de la jaula y convivir en libertad con él. Celebrar no es beber para celebrar. No es lo mismo y nos empeñamos en que lo sea. Tampoco “quedamos para tomar unas birras” es lo mismo que “quedamos para vernos”. Cuando la excusa es encontrarnos y el motivo de la reunión es beber empieza el engaño. Usamos el lenguaje para ocultar lo que sabemos que no queremos ver de nosotros en nosotros, como cuando decimos: “bebo solo los fines de semana, soy un bebedor social” o el consabido: “bah, déjala, es solo una cría, a su edad yo también me emborrachaba los viernes”.

¿Cuál es el precio que pagamos por permitirnos “perdonarlos porque se merecen beber”? Las cifras son la mejor respuesta. Leo, según datos recientemente publicados por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), que más de un millón de jóvenes de entre 14 y 18 años dedican hasta 144 horas al consumo de alcohol durante los tres meses de verano. Quién sabe, quizá algunos de esos jóvenes —ellos y ellas— duden en algún momento entre botellón y borrachera de si lo que se hacen a sí mismos tiene un precio. La respuesta que les damos es un grupo de padres desayunando con cerveza en los bares y los héroes del deporte celebrando las victorias, compartiendo ebriedad con su público.

“Jóvenes de entre 14 y 18 años”, dice el informe. Sobre el escenario, un chaval de 17 años —16 hace apenas una semana— sonreía feliz y sobrepasado, porque conmemoraba muchos sueños en uno: gol, copa, campeonato, la ESO completada. A su alrededor, la Roja le pedía una testosterona y una exaltación de lo no ejemplar que él no parecía entender.

Fue una gran victoria la de la selección, pero fue también una oportunidad perdida para demostrar que querer a tu país es cuidarlo, ser ejemplo para generaciones de ojos que te miran ansiosos por limitarte, por ser tú y tu camiseta. Fue no saber educar en una celebración única. El lunes, la Roja nos enseñó de primera mano que hay algo más triste que no saber perder: no saber ganar. 

No hay comentarios: