sábado, 29 de junio de 2024

REFLEXIÓN: TORRENTES DE PALABRAS


Corremos el riesgo de morir aplastados o asfixiados por un inacabable torrente de palabras que en realidad no aportan nada a nuestra vida. Si el verbo, como se supone que demostró Jesucristo, podía hacerse carne, no debería extrañarnos que la carne se convierta en verbo, en puro verbo, lo que estría bien mientras fuésemos capaces de guardar el equilibrio entre una cosa y otra. Pero esto último no ocurre porque nos es imposible hacerlo, no podemos abarcar tanto. El aumento de leucocitos en el torrente sanguíneo señala una infección del mismo modo que el exceso de palabras en el cuerpo social avisa de un desajuste indeseable, sobre todo cuando vienen huecas de fábrica. En la antigüedad, los monjes de clausura, practicaban el silencio para equilibrar el griterío del mundo, algo que se sigue haciendo en algunos entornos del budismo. Estas opciones vendrían a ser como glándulas que regulan el flujo verbal de las sociedades en las que se establecen. Ese flujo, ahora, es incesante, nos diluimos en él. Abre uno las ventanas y en vez de establecerse una corriente de aire fresco, atraviesa la casa un torbellino de palabras procedentes de los telediarios, los discursos políticos, el populismo más rancio o los programas del corazón. La carne se hace verbo, verbo estancado y pútrido en el que se ablandan los cerebros. Lo cierto es que cuanto más se habla, menos se piensa porque no da tiempo a formular una sola idea que realmente valga la pena. 

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