La vida está llena
de prejuicios y competiciones,
de miradas por encima
del hombro
y condescendencias ajenas
que no irán a ninguna parte,
pero que pueden amargar
la existencia a mucha gente.
Luego están
las frustraciones propias
y el azar,
que lo mismo nos pone
en el mejor sitio
como en el peor.
Y, por supuesto,
vendrán la renta y la riqueza
a condicionar aquello
que pueda condicionar el dinero,
que es casi todo.
Se ve que sí entonces,
que lo extraordinario
suele estar en alcanzar
la proeza de una vida normal.
Se me dirá con razón
que hablar de normalidad
no es decir nada en concreto,
quizá se entienda más
si se piensa, por ejemplo,
en las chicas y en los chicos
que todavía hoy, por mucho
que se haya avanzado,
dudan antes de expresar
quien les gusta
por si les juzgan o les señalan.
No son dudas, es que lo temen:
Las estadísticas hablan
de agresiones físicas y verbales,
y son la constatación
de la pervivencia de un odio
que por sí solo podría responder
a los que aún hoy,
tanto tiempo después,
se siguen preguntando
para cuándo el día del hetero.
Hay un mes del orgullo
porque sigue haciendo falta
a quienes una vida normal
les parece una meta
que les va a costar mucho
alcanzar,
y porque en absoluto
podemos aún considerarla
una reivindicación vacía.
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