Cuando ya no existen
los bordes de las cosas
y todo es forma informe
que se mueve o se queda quieta,
cuando no hay manera
de mirarse el fondo del ojo
en el espejo
y en una jornada extenuante
se pasan como nada
quince erratas
es momento de tristeza.
Los ojos de ver se adaptan
sin cálculo notorio
a la sorpresa, al cambio brusco.
Convergen los ojos de ver:
nunca replican
la casita en la colina.
Yo tuve, en cambio,
ojos esforzados, voluntariosos,
ojos que adivinan
con escasa puntería,
ojos temerosos
de pelotas de cancha,
de objetos del aire,
pero ojos fieles, ávidos,
ilusionados,
ojos lectores que son
los más propicios
para la imaginería
y la supervivencia.
Cuando me dieron
los ojos de ver,
lloré, y una enfermera
me cortó de un grito de júbilo.
¡No se llora en el estreno
de los ojos de ver!
Con el uso, con el tiempo,
con las cicatrices sanas
se llora
porque los ojos de ver
tienen las mismas
pesadumbres que los otros.
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