Era tan hermosa
que ni siquiera
podrás imaginarla.
Los cabellos oscuros
como una noche sin luna.
Los ojos más profundos
que las profundidades
de las aguas tranquilas.
Mira que últimamente
llueve muy poco,
pero en aquél momento llovía.
La vi donde eran tantos
y todos sin meta
los caminos brumosos
de la madrugada.
Nos cruzamos
un par de veces,
no creo que ni siquiera
me viese,
refugiada en su paraguas.
Yo la miré
con mis mortales ojos
empapados de agua.
Y su silencio fue
como el de un jardín cerrado.
No dijo nada,
no tenía por qué hacerlo
y no he vuelto a verla.
Fue una anécdota fugaz,
pero aún así he querido
dedicarle este poema.
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