Lo llaman convenio regulador,
hay nombres que no le llegan
ni a la zuela de los zapatos
de lo que en verdad significan.
Lo de convenio se entiende
porque quienes lo firman
son los miembros de una pareja
que convienen en separarse,
aunque la cruda realidad
es que regula muy poco,
al menos en lo que debería
ser importante en la vida,
salvo cuando hay
descendencia de por medio.
Supongo que en el momento
en que se firma
por la ventana abierta
salen volando
todo tipo de recuerdos,
y está bien que así sea
porque en la vida
hay que dejar espacio
para las nuevas experiencias
que aún estarán por llegar.
Supongo que no hay una receta
para vivir esa experiencia,
cada cual lo hará según
el estado de ánimo
con que afronta todo el proceso
que implica una separación,
sea como sea el mal trago
no te lo quita nadie,
el letrado que lleva el caso
y trata de suavizarlo
con la mejor de sus sonrisas,
con una actitud tranquila
y sumamente profesional,
intenta subirte el ánimo
con el argumento
de que se trata
de un convenio ecuánime,
un reparto ponderado,
un empate equilibrado.
Como si firmarlo fuese
un mérito y no un fracaso.
Quizás sea lo primero
en lo referente
a las cosas que hasta ayer
eran comunes a ambas partes
aunque la mayoría
de esas pertenencias
seguramente hayan sido
prescindibles siempre.
Pero en lo referente
a lo que se lleva dentro,
el fracaso no tiene duda alguna
porque no es medible
ni cuantificable
lo que cada cual siente.
¿Quién cuantifica
el valor de la tristeza,
la frustración o la rabia?
Luego, a toro pasado,
puede que incluso
te des cuenta del peso
que te has quitado de encima
y ya puedes dejar de pensar
en el pasado
y afrontar libre de ataduras
lo que depare el futuro,
asumiendo mantener viva
la llama de la esperanza.
Al fin y al cabo ese trámite
no es en absoluto
el final de la obra,
aún quedan unos cuantos
-o muchos-- vaya usted a saber,
capítulos por escribir.
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