miércoles, 8 de mayo de 2024

REFLEXIÓN: EL ARTE DE CONVERSAR

Edward Hooper: Conversación nocturna

Desde que era niño me atrajo la gente que sabe contar las cosas bien. No hay que confundir esa virtud con las personas habladoras, con la gente que se abre, que es expansiva, comunicativa o carismática. Y mucho menos equivocar el arte de narrar con la simpatía o la solemnidad. La narración oral fue la primera de las disciplinas literarias del ser humano a partir de desarrollar un lenguaje mínimamente sofisticado. Uno se imagina a los grandes narradores en los tiempos anteriores a la escritura y comprende la gozosa admiración que les reservaban sus paisanos. No había entonces premios ni medallas ni diplomas ni reconocimientos oficiales, y un buen contador lo que obtenía era la atención de su público y quizá un plato de comida y un vaso de vino por todo salario. Hoy en las tertulias televisivas, sean los protagonistas periodistas o políticos, vemos otra cosa en la que nadie pretende conversar y a la mínima prende la yesca del enfrentamiento, de la subida del tono de voz y la falta de respeto. El arte de la conversación, como cualquier otro arte que merezca la pena, requiere de unos requisitos que no son fáciles de conseguir en la era del grito, la prisa y la exclamación; requiere paciencia, entrenamiento, conocimiento, sabiduría, educación, respeto, tolerancia, tiempo y, por tanto, esfuerzo. Y ya sabemos que muchos de estos requisitos no se prodigan.  Más que conversar, intercambiamos opiniones con posturas ya decididas de antemano, tan inamovibles como tercas; y sin admitir, de verdad, no de ese postureo tan propio de la era de las redes sociales, que hay motivos para dudar, que podríamos estar equivocados, o no tener nada más que una pequeña parte de razón. Y sin admitir ese principio, es imposible la conversación. Si lo es con las personas más próximas, imaginemos la hercúlea tarea para intentarlo con aquellos desconocidos que no comparten esos inamovibles principios que nos sostienen. Hoy todo lo hemos convertido en negocio, hay gente que considera charlar una pérdida de tiempo. Muy al contrario, conversar es quizá la más desinteresada, absurdamente generosa y rentable de las actividades humanas en la que, si uno asiste con la mente abierta y el estado de ánimo oportuno, se puede aprender muchísimo.  




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