Les escribo a mis manos
cuando éstas no puedan
escribir con firmeza y sin dolor
“mar” o “poesía”,
simplemente.
Les escribo a mis manos
inmóviles en el pensamiento
de la primera vocal
o de la sílaba 16 del alfabeto
que nombra también
al padre, al pez, al pan.
Les escribo a mis ojos
y a mis oídos
para que lean sin lágrimas
y escuchen atentos el viento
interno del poema
las voces bajitas
de mi hija menor o mi nieta.
Le escribo a mi olfato
de perro adoptado
a la línea recta
de la costura de mis labios
donde se asoma
el recuerdo de la sal.
Le escribo a este tacto
de identidad
que se enerva y tensa
como la es cri tu ra
cri a tu ra que nace
en la penúltima página
del libro de un poeta
asesinado.
Le escribo al azul
de la memoria
olor a pesca fresca
y aguas frías
en las puntas de los pies.
Les escribo a mis dos manos
porque una la toma
de la mano a la otra
la reemplaza, la espera,
le da de comer y beber
con fragancia de eucalipto
la exfolia con el mar del mar.
Les escribo a estas manos
para que sepan
de su importancia vital
sobre el teclado
del papel que deja
atrás lo blanco.
Les escribo a mis manos
que un día pasearán solas
guardadas en bolsillos
llenos de arena.
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