Alguien ha abierto
la puerta que ni siquiera
osábamos mirar.
Se abrió de repente,
de un manotazo,
sin pensarlo.
Todos los momentos benignos,
las sirenas y las claridades
del amanecer,
como pequeñas luces
que pervivían aún
en los rincones invisibles
de los recuerdos
de nuestro techo de luz,
escaparon de repente.
Y cuando eso sucede
es muy difícil atraparlos,
por detener su golpe,
para frenarte la mano.
Y
la llave perdió su brillo
para siempre.
Entraron todos
los monstruos de la calle,
los de las horas oscuras,
las inefables bestias.
Y todo fue tragado
por las tinieblas.
Abrieron aquella puerta,
la última que
guardábamos cerrada,
la del candado de plata.
La que nunca se toca,
la que trae la violencia
con mirada de fuego,
con palabras de guadaña,
la prohibida.
La que, una vez abierta,
ya nunca puede cerrarse.
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