domingo, 21 de abril de 2024

POESÍA: EL MUNDO PERDIDO


Era un mundo

sin protección solar.


Los sueños,

las antenas sobre los tejados,

monos azules

tendidos en patios interiores: 

mapamundis proféticos

tras las manchas de aceite.


Fuimos a escuelas

donde los maestros

daban miedo

y aún así aprendimos

que estábamos llamados

a heredar

la transparencia.

Se rumoreaba que en el instituto

a la salida alguien nos daba

caramelos con droga.


Yo nunca tuve dudas.

Era nuestro destino:

ser una nueva raza de gigantes,

hombres y mujeres libres

que haríamos

el trabajo de cien hombres.

¿Cómo no ser valientes? 

Pasábamos el mes

de agosto con unos abuelos

que habían sudado

todo el frío del país.

Fumaban y tosían

y aflojaban bombillas

porque la luz

no es gratis, no.

También tuvimos padres,

una nación 

sonámbula de padres

que se mataban a trabajar.

Por la noche,

volvían tarde a casa

y exclamaban: “¡Señor,

ya me sacas al menos

dos cabezas!”.


Éramos los mayores.

Crecimos un centímetro diario

y estrenamos vaqueros,

melenas y largas barbas,

ternura primogénita,

zapatillas Paredes

que atravesaban

los peligros de la droga

y la muerte de algunos colegas.

Descubrimos que el barrio

era nuestro paraíso.

Inmersos en sus calles 

éramos duendes únicos.

Magos de la calcomanía.

Todo se nos quedó

pequeño tan deprisa:

el Colacao, los cromos,

la religión y la infancia. 


Cuando al fin llegó

la modernidad 

a nuestro barrio,

fue demasiado tarde.

Ya teníamos balsa.

Y estaba preparado

el plan de fuga.

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