El árbol debe de tener
un teorema
con el que calcula
cómo bombear la savia
arriba en verano,
abajo en invierno.
Uno se imagina al árbol
preparándose
para iniciar la migración,
la urgencia del repliegue
hacia las raíces,
el alivio de la vuelta
a las alturas.
Todo el mundo piensa
que los árboles
no tienen prisa,
que son la materia inmóvil
personificada,
pero la verdad es que crecen,
como niños recién nacidos,
a fuerza de viajes internos
cada vez más largos.
El árbol se mueve
más que nadie
pero no pierde el tiempo
cambiando de lugar,
tiene entre sus anillos
todos los caminos del mundo.
Por eso es que el peor
destino para un árbol
es que lo conviertan en barco
y lo lancen a puertos
que no necesita
y el mejor, que lo usen
para un columpio,
que es como él,
todo movimiento
fijo en el mismo punto.
El árbol debe de tener
un teorema
que realmente demuestra
la inmortalidad del alma.
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