A vivir se aprende tarde.
Mientras casi ni existimos
nos quejamos de la vida
porque no da tiempo a nada.
Y queremos que perdure
con sus pros y con sus contras,
que se alargue y se descorche
un nuevo tour con más etapas.
Pero no nos damos cuenta
en la brevedad abnegada
de que el tramo más valioso
rara vez es el más largo;
porque no es cuestión de tiempo
y es vivir una sorpresa
que no entiende de estaciones
ni se mide con los años.
Que seremos más felices
si vivimos a lo ancho.
Y para eso hay que inventarse
cada día y cada mundo:
hacer un viaje, leer libros,
abrazar brazos cruzados,
escribir, aprender magia
o apuntarse a algunos cursos.
Todo vale, mientras se haga;
lo importante es hacer
porque dura siempre poco
hasta la vida que más dura;
no sabemos cuánto queda
pero sí hay algo seguro:
una vida nunca es corta
si se vive con anchura.
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