No hay descanso
en el oficio de existir,
de ser un ser humano.
No hay paz en las cartas
de los soldados,
en el nervio
de los relámpagos.
En la belleza destructiva.
Y luego, ese cielo tan allá,
tan infestado de plegarias.
Nada cabe en las manos
vacías de quien guardó
tanto tan poco,
acaso astillas de hierro
y alhajas de soledad.
Rotas e inolvidables,
las palabras
se parecen a los pájaros
desordenados del alba
posados en esos renglones
de los cables eléctricos,
como poemas aleatorios
buscando la pasión
según Pasolini.
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