Recuerdo que,
en mis ojos, al principio,
se abría, más que el frío,
un fuego anticipado.
Era vivir la muerte.
Me abría las pupilas
con paciencia
una luz cirujana
para entregarme
al mundo.
Entonces pude ver
que los ojos son manos
asomadas al vientre
de la misericordia.
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