No es extraño que
para nosotros la libertad
suela ser una gran
pared blanca.
Pero para las madres
en Gaza, el blanco
es el color de la muerte.
Y la lloran una a una
como gotas;
una a una
como naipes.
Lloran como lloran
a veces las madres
cuando les arrancan
lo que más aman
y están destrozadas
de dolor por dentro
-indisolubles,
solitarias,
muertas de calor
o de frío,
sucias de días,
exhaustas-.
Supongo que todas
llevan las uñas rotas.
A veces se quitan
la piel y la cuelgan
de los tendederos.
O cuando dejan
de ser pan y se dan
a la tarea de producir
alfileres con los labios,
sigue la vida, sí,
pero con toda
la muerte por delante
sabiendo que nadie
les llamará mamá
después de la tragedia.
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