Desde la soledad
con la que inevitablemente
ha de afrontarse,
voy al encuentro
de la vejez,
con la justa paciencia
de quien está
completando el ciclo.
A cuestas traigo
herrumbres y estiajes,
algún dolor disuelto
llenando la mochila.
Que nadie rescate
mis huellas;
viene conmigo el aire
y fueron los testigos
incontables insomnios,
el paisaje que me rodea
noches frías,
palabras y silencios.
Desde una soledad
ya inexcusable
a ti camino,
con la certeza intacta
de que tú, vejez,
mientras tanto
inventas el andén
que ha de acogerme
en el final de mis días.
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