Cine, literatura, arte, periodismo, deporte, ciencia. Algunos de los abusos más incomprendidos suceden en mundos que respiran una fuerte épica y donde se romantiza el talento (creativo, intelectual, comunicativo, físico), diría que incluso por encima del poder y el dinero. Las culturas de ciertas profesiones atractivas sirven para asegurar una cantera infinita de aspirantes en posición de debilidad. Eso se suele traducir en precariedad, pero la cesión de poder se manifiesta también de otras formas.
Quienes están dentro son los más interesados en perpetuar el halo especial de estos oficios porque en cierto modo les beneficia, mientras los integrantes de la base de la pirámide necesitan las fuerzas que les da esa fantasía para intentar el acceso, perpetuando un sistema de ideas inconsciente y difícil de romper. Sus arquetipos —el Héroe, el Líder, el Artista, el Rebelde, Mercurio, Prometeo— son tan eficaces que llevan siglos con nosotros. Es posible que me equivoque, y que sepamos más de estos casos porque atraen a nuestros cerebros consumidores de narrativas, y un Weinstein del cine nos interesa más que un Weinstein de las notarías. Pero también puede que se esté repitiendo un viejo patrón en los nuevos entornos digitales que fascinan hoy a los jóvenes. En España, a uno de cada tres adolescentes le gustaría dedicarse a la creación de contenidos en internet.
Cuando la fama y la admiración entran en juego, caen barreras protectoras porque la familiaridad crea confianza: si llevo meses escuchándote y viendo tus vídeos es como si nos conociéramos, más aún si hemos intercambiado algún mensaje o pago por tu obra. La asimetría de ciertas relaciones digitales provoca que un depredador popular pueda multiplicar su alcance, detectando a sus objetivos como si sangraran de una herida abierta en un mar de tiburones. En la lógica de las redes, los nodos muy conectados pueden tener un efecto perverso sobre aquellos individuos aislados. Tampoco ayudan las políticas opacas de las plataformas, ni la existencia de micronichos donde una persona puede ser extremadamente popular entre ciertos grupos y edades y pasar bajo el radar del resto.
Todos admiramos a alguien por algo. Pero para una chica joven, especialmente si es sensible a mundos creativos con una fuerte mística, es vital matar pronto a sus ídolos, cuanto antes mejor, por una cuestión de supervivencia. No ser musas, no ser fans, no dejarse llevar por la épica de la música o la escritura o YouTube, sospechar de unas narrativas que no han sido creadas a su favor, sino al contrario. Por eso es tan importante el trabajo pendiente de rescatar mitologías femeninas del pasado: Hay que huir de todo lo que huela a héroe o artista o rebelde atormentado e incomprendido.
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