viernes, 16 de febrero de 2024

REFLEXIÓN: NINGÚN INOCENTE ESTÁ A, SALVO


La verdad es que lo vimos. Vimos eso y las demás cosas, porque en aquella época lo veíamos todo y nos veían, aunque costaba distinguir las imágenes reales y las que creaba la inteligencia artificial. Era lógico: si costaba distinguir la realidad de la ficción, si la realidad a veces se expresaba como si fuera el guion de una serie. Pero la verdad es que lo veíamos. Vimos el atroz ataque de Hamás sobre Israel y sus secuestros. Y vimos que, a esos atentados, el Estado de Israel respondió con una virulencia que encajaba con la definición de genocidio. Vimos ese debate sobre el nombre de las cosas, aunque había ya palabras para describirlo. Matanza, por ejemplo.

Vimos que Israel les dijo a los civiles palestinos que se fueran de sus casas y se agolparan sin recursos, sin luz ni apenas comida, en el confín de Rafah, de donde no podrían salir. Y cuando estuvieran allí, con las puertas de Egipto cerradas y militarizadas, Israel anunciaría un ataque que extendiera el miedo entre los civiles que no tenían escapatoria. Vimos los números de los niños muertos, de los niños asesinados, y los heridos atendidos en hospitales bombardeados. Vimos la historia de la niña de cinco años acribillada junto al resto de su familia, junto a los sanitarios que fueron en su busca, después de que sus padres hubieran metido a los niños en el coche siguiendo las recomendaciones del Gobierno de Israel. Vimos la imagen de una familia embutida en los restos de un coche que cargaba en el techo con todo lo que les quedaba: con su vida a cuestas. Vimos que a las voces que clamaban contra el exceso de un Estado moderno se las ponía bajo sospecha, fueran António Guterres o Josep Borrell. Vimos que al rescate de dos de los secuestrados por Hamás, en una operación en la que murieron al menos 67 gazatíes, según las autoridades que controla Hamás, el primer ministro Netanyahu lo llamó operación perfecta. Perfecta fue la palabra que utilizó.

Todo eso lo vimos, más las otras guerras que ignoramos. Porque verlo todo no suponía querer mirarlo. Porque todo no se puede. Si ustedes —que leen desde el futuro— juzgan aquello que consintieron las generaciones que les precedieron —nosotros—, que sepan al menos que lo vimos. Que es fácil el juicio en la distancia, lo mismo que a nosotros nos sería fácil caer en esa tentación ante las matanzas del pasado. Que sepan, porque seguramente lo van a saber en las vidas que ustedes vivan, que esas preguntas también les perseguirán a ustedes y a sus conciencias, porque cambian las tecnologías y las gentes, pero, en realidad, nada es nuevo del todo: Son la maldad, la vileza, la crueldad, el odio, el fanatismo, la amoralidad y la falta absoluta de conciencia. Todo junto y concentrado. Cuando eso ocurre, se los advierto, ningún inocente está a salvo. 

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