Si fuera el amor
un animal salvaje
habría devorado
cientos de ciudades,
se habría metido
en el centro comercial
donde venden
postales y tarjetas
a su nombre
y habría activado
la alarma contra incendios
para provocar la llama.
No quedaría ya
oficina sobre oficina
y en el piso estarían
las palabras y besos
de los enamorados.
Si fuera el amor
un maremoto
no dejaría desierto
para los muertos
que cruzan a pie
o en sus coches
las avenidas,
derrumbaría los barrios,
la plaza y las aceras
de los pregoneros,
no permitiría
que le tomaran fotos
ni publicaran
sus entrevistas
en papel o Internet.
Si fuera el amor un árbol,
un cedro por ejemplo,
abrazaría los pájaros
libertarios,
recogería el aire
de quienes sueñan,
los huracanes
de quienes desean,
el agua
de quienes ansían
y los devolvería
de nuevo al viento
para que fundaran
nuevos bosques,
nuevas ciudades
de ternura y acero.
Pero no.
El amor no es más
que un sueño
angustiado
que intenta
salir del corazón.
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