Las kellys,
trabajadoras incansables
y sobreexplotadas
limpiando en los hoteles
donde disfrutan
nuestros turistas,
ya no se esconden
del cosmos.
Aunque hayan desaparecido
sus huellas dactilares
por el hipoclorito de sodio,
la lejía y los demás
productos de limpieza.
Ya no son mujeres sin nombre
rebuscando devastadas
su propia identidad
entre dolores de espalda.
Ahora saben exactamente
en cuántas habitaciones
por jornada
se quebranta su salud.
Por fin se han rebelado,
orgullosas del calificativo
con el que las nombramos.
Por cierto, ¿cómo nombrar
a lo que no tiene nombre?
Estas mujeres
responden a la pregunta
con una dignidad
admirable,
orgullosas de su calificativo
y hermanadas en su lucha.
En esas habitaciones
que limpian están fosilizadas
sus huellas fundidas
con hipoclorito sódico.
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