medir los pasos.
Buscar el lugar
del horizonte,
allí
donde las marcas
del lenguaje
apuntalan los sonidos
sin mácula.
Uncir
la tercería de los ojos
a su incendio
de imágenes,
obviar las sierpes
de la historia,
el peso de la tierra,
el amor al mar.
Sentir
el ser del isleño,
su fuerza atlántica,
notar el soplo hermano
del alisio húmedo
en la techumbre
de este azul rayano
que no busca frontera
y tampoco las cierra.
Y avanzar, seguir.
Vivir el día a día
en tierra de volcanes
y el sesgo rotundo
que allá a lo alto
azuza con su razón
de patria el viento.
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