El corazón se pasa
toda una vida
golpeando la puerta
de la muerte,
por fin, calla
cuando ésta se abre.
Y, por cierto,
resulta asombroso
lo sencillo que es morir:
basta con cerrar los ojos
o dejarlos abiertos
para siempre.
Y de esa sencilla manera
el amor, la existencia,
el discurrir temporal,
la cercanía de la otredad
y las contingencias
del trayecto vital,
siempre deambulando
sobre la esperanza
diáfana de la plenitud
acaban en la estela
borrosa del vacío.
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