Golpea la brutalidad primigenia con toda su crudeza y veo al hombre bueno derrotado, harto de sentir en su alma el dolor que engendra la barbarie. Tuvo suficiente, su espíritu naufragó en la contienda y es hora de partir. En el borde del abismo, como un cristo renunciante, se quita de los hombros el peso del mundo y cierra los ojos por última vez.
NOTA: ¡Paremos ya el genocidio en Gaza, otra insoportable vergüenza más en la historia de la humanidad!
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