Marilyn Monroe
tendría en estas fechas
noventa y ocho años
y Federico García Lorca
más de un centenar;
cien años
los de Gloria Fuertes
y José Luis Sampedro,
Juan Goytisolo
ha dejado de cumplirlos,
de llenar de bisturíes
certeros las conversaciones.
Pasan los años y nada
en ellos ha cambiado.
Una imagen petrificada
en el cuadro repetido
de las fotografías
y de las faldas levantadas.
¿Cuántos años habrías cumplido
tú en estos meses, Berto?
He olvidado ya la fecha
en que los cumplías
porque desde hace tiempo
te has vuelto estatua
en mi memoria
y el mármol no conoce
de la caricia del tiempo.
Es mentira que hoy,
que en estos
encadenados días
cumplan años
actrices disecadas
o escritores resucitados.
Ni tú ni ellos podrían soplar
las velas de los deseos secretos.
Ni tú ni ellos soon algo
más que una fotografía
y un puñado de recuerdos
comprados y mentirosos.
Para cumplir años
se necesita
del polvo del camino
y de las grietas imperceptibles
de las esquinas.
Para cumplir años
hay que volver
a las matemáticas
y al pacto narrativo
del lento paso del tiempo.
En mi caso,
lentamente el calendario
se va acercando
a la fecha en que tendré
sesenta y siete años,
¿pero realmente habré
vivido todo ese tiempo?
Me temo que muchos
lo fueron sin sangre.
Me temo que de muchos
conservo pocos recuerdos
y que mal puede decirse
de ellos que fueran años.
Quizás días. Quizás horas.
Quizás instantes
fugaces de vida.
Pero nunca años.
Nunca estos sesenta y siete
que pronto
habré de celebrar
en el encuentro de una tarta.
¿Cuántos de los días vividos
pasaron en blanco,
no merecieron ni el polvo
imperceptible
de un recuerdo?
¿A qué edad, en realidad,
te fuiste en silencio
sin haber compartido
conmigo tus secretos?
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