Partamos de esta certeza científica: los dos polos se están derritiendo. En el norte sufren los osos polares; en el sur, los pingüinos, pero ambos llevan el mismo destino. Conviene tenerlo en cuenta para empezar a analizar la palabra del año que ha elegido estos días la FundéuRAE: polarización, la división irreconciliable en la que nos hemos metido todos como en una ratonera.
Echar un vistazo a las palabras del año nos permite comprobar nuestra propia evolución. Veremos, por ejemplo, que en cuanto superamos la pandemia volvimos a las andadas: mientras duró la covid se alzaron dos palabras estrella: “confinamiento” fue la de 2020 por razones obvias; y “vacuna”, la de 2021. A ella le siguió “inteligencia artificial” en 2022, en plena eclosión de ChatGPT. Y este 2023 nos hemos sumido en la “polarización”, un término que existía desde el siglo XIX asociado a la física y que hoy se extiende a la política por la contraposición de opciones tan distanciadas como los polos Norte y Sur.
Sigamos analizando: cuando esta fundación empezó a elegir palabra del año, en 2013, la estrella fue “escrache”, un fenómeno que importábamos de Argentina para protestar y reventar la intimidad de figuras —en ese momento— del PP. Los líderes de Podemos lo defendieron entonces para convertirse años después en sus víctimas. Y hoy ya sabemos dónde están. A ella le siguió “selfi” en 2014, posiblemente la única, junto a “emoji” en 2019, que han reflejado un fenómeno que incluye la comunicación, el ocio, la capacidad de diversión y de compartir sin más trascendencia. Un momentáneo relax. Lo cierto es que, más allá de esas dos excepciones, el resto de las palabras del año son bastante deprimentes. Si nos miramos en ellas como en un espejo no nos gustaremos nada: “refugiado”, en 2015; “populismo”, en 2016; “aporofobia”, en 2017; y “microplástico”, en 2018, son las demás.
Intentaremos enlazar las 11: tras importar los escraches para denunciar el drama de la vivienda, importamos los selfis, otro movimiento social que nos une en torno a momentos compartidos, para hundirnos en 2015 frente a la imagen de los refugiados que huían de la guerra en Siria, una hecatombe que no deja de estar relacionada con el populismo que estalló en todo el mundo y la aporofobia que nos recordó que no estamos rechazando a los extranjeros, sino a los pobres. Después nos concienciamos sobre los microplásticos, aunque no lo suficiente . Superamos el confinamiento con la vacuna y nuestra falta de inteligencia con la que llamamos artificial. Y acabamos polarizados sin que convenga olvidar lo dicho: en cualquiera de los dos polos, acabaremos derretidos. Y lo peor es que nada cambia cuando cambiamos de año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario