El atentado contra Vidal Cuadras y la rápida detención de los que lo realizaron ha vuelto a traer al primer plano de las noticias el tema de los asesinos por cuenta ajena. Es llamativo que cuando se quiere prestigiar ese oficio se les llama asesinos a sueldo y cuando se les quiere rebajar de categoría han de consolarse con lo de sicario. Sicario y asesino a sueldo vienen a ser dos palabras para un mismo destino. Pero en las palabras, como bien sabemos, se esconden las secretas intenciones de quien las usa. En las pantallas, grandes o pequeñas, se lleva más de un siglo tratando de glamourizar el asesinato y se ha logrado dotar a las armas de un valor casi erótico, convertidas en un objeto de caricias que delatan la envidia de pene y al día de hoy ya son, directamente, una muestra de la envidia de cerebro.
En películas y series, entre el asesino a sueldo y el sicario hay una diferencia parecida a la que va de la escuela flamenca de pintura clásica a la pareja de pintores de brocha gorda que encalan una fachada sin mucho brío. Dime cómo empieza la película y te diré cómo acaba. Si es un sicario, cosido a tiros entre el asfalto y la maleza de un camino de cabras. Si es un asesino a sueldo, tomándose una margarita con una muchacha en bikini en alguna playa paradisiaca, elevando a auténticos idiotas a la categoría de sofisticados. Pero en la realidad pasa como con los terroristas: basta con que hagan cualquier declaración para desvelar una asombrosa vulgaridad intelectual.
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