viernes, 24 de noviembre de 2023

POESÍA: POEMA DEFINITIVO SOBRE GAZA


No quedan sábanas blancas,

ninguna queda

en los confines de la Tierra,

todas están en la Franja

convertidas en sudarios.

No quedan camas

para vestirlas,

nadie duerme,

nadie necesita cubrir

su sueño porque

los sueños no existen.


 No hay techos

que protejan del rocío,

sólo hay un cielo

raso y oscuro

al que todos miran

con miedo.

Y confunden las estrellas

con las bombas

y no saben

si la luz les va a alumbrar

o les quitará la vida.


Ya no quedan

lágrimas ocultas,

todas han recalado

en los ojos de su pena,

son ahora caudalosos ríos

surcando rostros

desamparados,

los rostros de la orfandad,

los rostros impotentes

de las madres,

de los padres, de seres

que sólo quieren vivir.


Ya no queda pánico,

todo se ha marchado a Gaza

y habita –inhumano-

en el semblante

lastimoso de los niños,

en sus ojos que se agrandan

como si escapara de ellos

el terror de su mirada.


Ya no queda piel,

toda se ha roto en pedazos

en aquella Franja fría,

son jirones impregnados

en el corazón

de los hogares destruidos,

son parte de las estancias

donde alguna vez

alguien riera,

donde los niños jugaran.


Ya no queda sangre,

toda está cubriendo

cuerpos deshojados,

toda está adosada

a la piel maltrecha

de la tristeza.

Corre lentamente

por los recodos de un odio

que los niños no entienden.


Ya no queda tierra

para sepultar la muerte,

las madres sostienen

en sus brazos los cuerpos

inertes de sus hijos,

mientras la sábana blanca

es cada vez menos blanca,

mientras la sangre

–que es su sangre-

se impregna lentamente

del más desgarrado dolor,

mientras los padres

cambian su valentía

por llanto y desconsuelo. 


Ya no quedan gritos

desesperados,

todos se han marchado

hasta el horror de la Franja,

a las bocas de los niños

que claman por las madres

que no ven,

por la soledad imprevista

de saberse abandonados,

aprendiendo solos,

-en medio del polvo

gris de los escombros-

que apenas hay alguien

que les calme,

que les pueda explicar

por qué tanto horror

ante sus ojos.


Se preguntan

dónde están los brazos

de sus madres,

dónde la caricia que les cure.

Se preguntan, sin palabras,

por qué han de abrazar

la tierra que les cubre,

la tumba tosca y seca

que oculta la madre

que nunca debió irse.


 Ya nadie tiembla,

el cuerpo estremecido

por el pánico

se ha ido hasta esa tierra

tan vacía de sonrisas,

esa tierra donde los niños

deberían temblar sólo de frío

si se dejaran olvidada

su bufanda.

No deberían temblar

de miedo sin tener cerca

el calor de los abrazos.


Ya no queda, en fin,

misericordia

y tampoco en aquella Franja.

Somos -casi-

un huerto cultivado

de corazones adormecidos.

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