La estatura interior
es un secreto
no sólo para quienes
nos miran con sorpresa,
sino para el intruso
que en nosotros
asiste a nuestra vida
sorprendido.
En una ciudadela inaccesible,
cuyo trazado dicta
el pensamiento,
el huésped al que damos
cobijo se pregunta
de qué sustancia insólita
está compuesta el alma,
hacia dónde se extiende
su estatura interior.
Crecemos por crecer,
nos dilatamos
más allá de nosotros,
nuestros límites
nos son desconocidos,
este orgullo
tiene una explicación,
es un delirio
con fundamento lógico,
un acorde que suena
dirigido a las alturas.
Menguamos sin porqué,
nos contraemos
en la voracidad
de nuestra llama,
hemos dado en decir
que el mundo mágico
se rige por el plan
de nuestra secta.
Es un delirio sólo comparable
al insensato orgullo
que nos mueve.
Parece que reptemos
en la imaginación,
y si el aire nos pulsa
no sonamos acordes.
La estatura interior
nos circunscribe
a una especie difícil
que sólo se alimenta
de mezquindad y sueños.
Es un lastre y el modo
en que se extienden
nuestras alas.
La estatura interior
nos cataloga en el álbum
severo de la zoología:
la bestia equidistante,
entre el reino animal
y el reino de los dioses.
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