Ni debatir ni persuadir pueden convertirse en una obligación. En las redes sociales, igual que el mundo más tangible, abunda la gente insoportable. Gente que busca su minuto de gloria y que le hagan caso. Gente a la que no conoces de nada y con la que no has interactuado en momento alguno, de repente aparece como elefante en una cacharrería para soltar su veneno y sin respeto alguno hacia nadie. Los cuñados y cuñadas digitales, los fascistas que van de víctimas, los misóginos con sus "inocentes" preguntas, los izquierdistas en posesión de una verdad única e intocable. Y en general peña desubicada que confunde la libertad de expresión con la obligación de que el resto tengamos que tragarnos sus traumas, complejos y la falta de atención en el entorno que les rodea.
Debatir es positivo, pero según con quién y si se respetan unas normas mínimas de convivencia. Y persuadir mediante el diálogo, pues según a quién. Si en el mundo tangible no te tomarías ni un café con determinadas personas, tampoco hay necesidad alguna de aguantarlas en una red social.
Por un espacio digital sin zafiedades y donde se respire educación y respeto. Hay que bloquear y desamigar sin remordimientos.
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