El que entra descalzo
en un nuevo país.
La que tiene tres mil
pares de zapatos,
pero solo dos pies.
El que se calza
dos botellas de plástico
para cruzar el desierto
porque no tiene
otra cosa que ponerse
en sus ganas
de llegar a Europa.
El que sale del museo
de arte contemporáneo
diciendo que lo que más
le ha gustado son los inodoros.
El asesino de gafas oscuras,
a quien el tiempo ha convertido
en un viejo que da
de comer a las palomas.
El político que promete
regalar exclusión,
incultura y nepotismo
y consigue que todos le voten.
El converso que engrosa
las filas de la Inquisición
para perseguir a sus antiguos
correligionarios.
El que se sabe cómplice
en esta farsa,
pero no dice ni hace nada
porque le ha tocado
un buen papel en el reparto.
El que va de compras
solo por comprar,
aunque no sabe
ni lo que está comprando.
La que tiene un contrato
por horas, un alquiler temporal,
un proyecto de vida indefinido
y un amor en prácticas.
La que para dejar de ser pobre
coge tres trabajos,
y no se explica cómo sigue
sin llegar a fin de mes.
El que mira a través
de un telescopio
el tiempo suficiente
como para terminar viendo
su propio cogote.
El que sale de la oficina
del INEM esperando
que le llamen pronto,
no para trabajar,
sino para dirigir el mundo.
El que al ser rescatado
de la patera hundida
baja los ojos y pide
perdón por existir.
El que se pasea por el pueblo
luciendo un coche más caro
que su propia vida.
El que condena la violencia
que queda fuera
de su gestión de la violencia.
El que tiene
cinco cadenas de televisión
rendidas a sus pies
cada vez que dice
que para crear trabajo
hay que destruir empleo.
El que se maravilla
de la cristalina transparencia
de los explotados.
El que es incapaz de ver en él
lo que denuncia en ellos.
El que concluye que hay
que defender la revolución
de los que la hicieron.
El que habla de concordia
para decir amnesia selectiva.
El que se compadece
de los esclavos que construyeron
las pirámides en veinte años
pero no de que él termine
de pagar su hipoteca
en treinta y cinco.
El que identifica su identidad
en una bandera que acaba
de comprar en el chino.
El experto en pisotones
que está harto de que lo pisen.
El que dice esto es la selva,
antes de poner un poco
más de selva a la selva.
El que baila contra el son
que le tocan.
Los novios que quedan
para acariciar sus móviles
en un banco de la plaza.
El que no sabe si ella
es su prisión o su prisionera.
El que le dice a la amada
que no quiere perderla
como si alguna vez
hubiera sido suya.
La que entra en el salón
para anunciar
que la cena está servida.
El que se levanta a mediodía
y se encuentra la casa
fregada y ordenada.
El que se casa sin saber
freír un huevo.
La que hace su cama
por un solo lado
y alisa los pliegues
con un temblor en su sexo.
La que siempre soñó los sueños
de quien durmió a su lado
y ahora se desmorona
sobre una cama vacía.
La que se baña
en la aguas del olvido
y ni así borra su dolor.
La que cada vez
que se estira las medias
cree que engaña al tiempo.
La que sale a la noche húmeda
de los bares sucios
y regresa con otro sueño roto.
La que pone dos cubiertos
en la mesa para cenar,
aunque hace años
que solo se ensucia un plato.
La que incluso dormida
es rondada por la belleza
para decirle: nada serás
sino humo de gasolina.
La que arroja
al pozo de los deseos
un puñado de nieve.
El que busca a Caronte
para darle la moneda
y descubre que el barquero
es el cobrador del autobús
que lo llevaba, de niño,
a la escuela.
El que sabe tanto,
que no quiere decir nada,
por si lo que sabe
no fuera más que otra
de las argucias del error.
La que cría y amamanta
su bebé para la muerte.
La que hace horas extras
para poder pagar
la niñera de su hijo.
La que cada vez que vota
recibe un empujoncito
más hacia la miseria.
El que, incapaz de deshacerse
de un recuerdo,
se pasa una goma
de borrar por las sienes.
El que sigue esperando
al tullido pájaro del amor.
El que llena su copa de pérdidas
y bebe en silencio el oscuro
vino de la decepción.
La que descubrió
que renunciar a sí misma
es la única forma
de abrazar a los demás.
La que muestra en su cara
la sucesión maravillosa
de las mujeres que la habitan,
cuando transfigurada
recorre el vasto instante
dilatado del éxtasis.
La que guarda silencio
para conservar sus palabras.
La que es aire,
pero sabe que el aire
también construye la casa.
La que, en vez de deshojar
la margarita, la riega
y ve crecer en ella su amor.
El que moja sus dedos
en el agua cuando no puede
manejar su dolor
y dibuja su dolor hasta
que su dolor se evapora.
Los que se encuentran
después de mil años sobre
la línea borrosa del amanecer.
El que se queda mirando
las cosas rotas, sin saber
qué hacer con las cosas rotas.
El que muerto de frío
se pregunta por qué
se apagan tan pronto
las brasas del amor.
El que sueña en el frío
dominio de la noche
con la orilla azul del duelo.
El que se ahoga e intenta
transformar en salvavidas
todo lo que toca.
El que sabe que allí
donde acaba el mundo
comienza el mundo.
El que canta que todos
los seres son completos,
perfectos y libres.
El que se pasa el tiempo
haciendo pompas de jabón,
intentando convertirse
en una de ellas.
El chimpancé que es Dios
interpretando perfectamente
el papel de un chimpancé.
El pájaro que en su trino
abre las puertas del mundo.
El que, al querer meter
el brazo y la cabeza,
se queda atrapado en la fina
y misteriosa urdimbre del jersey,
porque todo
está entrelazado con todo
desde siempre y para siempre.
La crisálida de la voz
que dice que ya podemos ir,
que nada ha de quedarse fuera.
El que se olvida del yo
a base de desnombrarse,
y despierto a la convicción
de la unidad de todo lo vivo,
pregunta:
¿Hay algo más aún?
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