sábado, 8 de abril de 2023

POESÍA: CONTRASTES DE LA VIDA


El que entra descalzo

en un nuevo país.

La que tiene tres mil

pares de zapatos,

pero solo dos pies.

El que se calza

dos botellas de plástico

para cruzar el desierto

porque no tiene

otra cosa que ponerse

en sus ganas

de llegar a Europa.

El que sale del museo

de arte contemporáneo

diciendo que lo que más

le ha gustado son los inodoros.

El asesino de gafas oscuras,

a quien el tiempo ha convertido

en un viejo que da

de comer a las palomas.

El político que promete

regalar exclusión,

incultura y nepotismo

y consigue que todos le voten.

El converso que engrosa

las filas de la Inquisición

para perseguir a sus antiguos

correligionarios.

El que se sabe cómplice

en esta farsa,

pero no dice ni hace nada

porque le ha tocado

un buen papel en el reparto.

El que va de compras

solo por comprar,

aunque no sabe

ni lo que está comprando.

La que tiene un contrato

por horas, un alquiler temporal,

un proyecto de vida indefinido

y un amor en prácticas.

La que para dejar de ser pobre 

coge tres trabajos,

y no se explica cómo sigue

sin llegar a fin de mes.

El que mira a través

de un telescopio

el tiempo suficiente

como para terminar viendo

su propio cogote.

El que sale de la oficina

del INEM esperando

que le llamen pronto,

no para trabajar,

sino para dirigir el mundo.

El que al ser rescatado

de la patera hundida

baja los ojos y pide

perdón por existir.

El que se pasea por el pueblo

luciendo un coche más caro

que su propia vida.

El que condena la violencia

que queda fuera

de su gestión de la violencia.

El que tiene

cinco cadenas de televisión

rendidas a sus pies

cada vez que dice

que para crear trabajo

hay que destruir empleo.

El que se maravilla

de la cristalina transparencia

de los explotados.

El que es incapaz de ver en él

lo que denuncia en ellos.

El que concluye que hay

que defender la revolución

de los que la hicieron.

El que habla de concordia 

para decir amnesia selectiva.

El que se compadece

de los esclavos que construyeron

las pirámides en veinte años

pero no de que él termine

de pagar su hipoteca

en treinta y cinco.

El que identifica su identidad

en una bandera que acaba

de comprar en el chino.

El experto en pisotones

que está harto de que lo pisen.

El que dice esto es la selva,

antes de poner un poco

más de selva a la selva.

El que baila contra el son

que le tocan.

Los novios que quedan

para acariciar sus móviles

en un banco de la plaza.

El que no sabe si ella

es su prisión o su prisionera.

El que le dice a la amada

que no quiere perderla

como si alguna vez

hubiera sido suya.

La que entra en el salón

para anunciar

que la cena está servida.

El que se levanta a mediodía

y se encuentra la casa

fregada y ordenada.

El que se casa sin saber

freír un huevo.

La que hace su cama

por un solo lado

y alisa los pliegues

con un temblor en su sexo.

La que siempre soñó los sueños 

de quien durmió a su lado

y ahora se desmorona

sobre una cama vacía.

La que se baña

en la aguas del olvido

y ni así borra su dolor.

La que cada vez

que se estira las medias

cree que engaña al tiempo.

La que sale a la noche húmeda 

de los bares sucios

y regresa con otro sueño roto.

La que pone dos cubiertos

en la mesa para cenar,

aunque hace años

que solo se ensucia un plato.

La que incluso dormida

es rondada por la belleza

para decirle: nada serás

sino humo de gasolina.

La que arroja

al pozo de los deseos

un puñado de nieve.

El que busca a Caronte

para darle la moneda

y descubre que el barquero

es el cobrador del autobús

que lo llevaba, de niño,

a la escuela.

El que sabe tanto,

que no quiere decir nada,

por si lo que sabe

no fuera más que otra

de las argucias del error.

La que cría y amamanta

su bebé para la muerte.

La que hace horas extras

para poder pagar

la niñera de su hijo.

La que cada vez que vota

recibe un empujoncito

más hacia la miseria.

El que, incapaz de deshacerse

de un recuerdo,

se pasa una goma

de borrar por las sienes.

El que sigue esperando

al tullido pájaro del amor.

El que llena su copa de pérdidas

y bebe en silencio el oscuro

vino de la decepción.

La que descubrió

que renunciar a sí misma

es la única forma

de abrazar a los demás.

La que muestra en su cara

la sucesión maravillosa

de las mujeres que la habitan, 

cuando transfigurada

recorre el vasto instante

dilatado del éxtasis.

La que guarda silencio

para conservar sus palabras.

La que es aire,

pero sabe que el aire

también construye la casa.

La que, en vez de deshojar

la margarita, la riega

y ve crecer en ella su amor.

El que moja sus dedos

en el agua cuando no puede

manejar su dolor

y dibuja su dolor hasta

que su dolor se evapora.

Los que se encuentran

después de mil años sobre

la línea borrosa del amanecer.

El que se queda mirando

las cosas rotas, sin saber

qué hacer con las cosas rotas.

El que muerto de frío

se pregunta por qué

se apagan tan pronto

las brasas del amor.

El que sueña en el frío

dominio de la noche

con la orilla azul del duelo.

El que se ahoga e intenta 

transformar en salvavidas

todo lo que toca.

 El que sabe que allí

donde acaba el mundo

comienza el mundo.

El que canta que todos

los seres son completos,

perfectos y libres. 

El que se pasa el tiempo 

haciendo pompas de jabón,

intentando convertirse

en una de ellas.

El chimpancé que es Dios 

interpretando perfectamente

el papel de un chimpancé. 

El pájaro que en su trino

abre las puertas del mundo.

El que, al querer meter

el brazo y la cabeza,

se queda atrapado en la fina

y misteriosa urdimbre del jersey,

porque todo

está entrelazado con todo

desde siempre y para siempre.

La crisálida de la voz 

que dice que ya podemos ir,

que nada ha de quedarse fuera.

El que se olvida del yo

a base de desnombrarse,

y despierto a la convicción

de la unidad de todo lo vivo, 

pregunta:

¿Hay algo más aún?


 

 

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