Guarda el primer mundo
su pan a buen recaudo
y almacena en los CIEs
la ceguera de su vergüenza.
En territorio ajeno
controlan los recursos,
esto no es de ellos,
nada es de ellos,
cruzarán los diamantes
de Kimberley
las aguas del océano
llevando a Tiffanys el brillo
para el dedo de la dama
mientras sus niños
mueren enterrados
en cuevas donde apenas
caben sus cuerpos.
A lo lejos,
un hombre grita democracia
pero nadie oye
el hambre de África.
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