Cuando los humanos de la prehistoria apagaban, de noche, las hogueras, se quedaban a solas con las estrellas. Había algo mágico en la forma en que el cielo aparecía inmutable cuando sobre la Tierra reinaba el caos. Además de magia, los que miraban los astros también se fijaban en sus patrones. Ya lo hizo Ptolomeo muchos siglos antes de que Copérnico, Galileo y Kepler se metieran en líos por eso. El progreso fue arrinconando a la astrología en favor de la astronomía: al principio eran lo mismo. En culturas antiguas, la astrología servía además al poder político, que se cuidaba de controlarla: por entonces predecir la caída de un tirano equivalía a instigar su derrocamiento.
El gran divulgador científico Carl Sagan lo explicaba de maravilla en su serie Cosmos, estrenada en 1980. Y, como buen apóstol del racionalismo, aprovechaba para burlarse de los horóscopos. Coge varios diarios y lee la predicción para un signo: libra. Todas son tan vagas que valen para cualquiera; todas tan distintas entre sí que no pueden responder a ninguna base. Sé de algún periodista encargado de este tema que se divertía cambiando los párrafos de cada signo sin que nadie se diera cuenta nunca.
Sagan, por cierto, aprovechaba el conocimiento de otros planetas para hablar del nuestro. Venus, un infierno por el efecto invernadero, es el ejemplo perfecto, y temible, de lo que puede pasar si seguimos destruyendo el medio ambiente aquí abajo. Sagan advertía de que la devastación de la vegetación y la contaminación que provocamos los humanos pueden hacer la Tierra inhabitable. “No es necesario que la Tierra llegue a parecerse a Venus para convertirse en un lugar estéril y sin vida”, afirmaba. No había entonces un consenso científico tan rotundo sobre los efectos del cambio climático, pero él lo tenía claro. Incluso hay quien lo discute hoy, con 38 grados en abril y 135 días sin ver llover. El añorado científico se confesaba obsesionado por las capacidades autodestructivas de nuestra especie, desde el destrozo ecológico a la amenaza nuclear, muy presente en los años de la Guerra Fría y reaparecida ahora.
Si Sagan sigue vigente, quizás sea que no hemos avanzado tanto como creemos. Que seguimos siendo insignificantes en el universo y actuamos como si no lo supiéramos.
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