lunes, 20 de marzo de 2023

OPINIÓN: LA VIOLENCIA VERBAL


“¡Que le corten la cabeza!”, chillaba la reina malvada de Lewis Carroll para liquidar a Alicia, una niña cuya presencia le molestaba en su país de las maravillas. Y rodar, han rodado muchas cabezas de enemigos a lo largo de la historia, en los cuentos y en la realidad. Si Ayuso ordena a sus diputados liquidar a la izquierda —“matadlos”, decreta por WhatsApp, como aquella reina del cuento— parecemos legitimados para llamarla genocida. Lo cual es mentira, claro. Pero hemos llegado a tales niveles de hipérbole en la política que, si alguien ajeno a nuestra deriva nos escucha y se lo toma en serio, cualquier día nos abren una causa en La Haya.

El PSOE es fascista por votar lo mismo que el PP en su intento de reformar la ley del sí es sí, lo que como todo el mundo sabe es parecido al bombardeo de Gernika. Podemos es peor que el coronavirus pues, aunque ustedes no lo sepan, contagia masivamente sin que encontremos una vacuna eficaz. Pedro Sánchez ha traicionado a los muertos ya tantas veces que no entendemos como no le han procesado todavía. ETA ha resucitado gracias al Gobierno y, si no hemos visto a sus nuevas víctimas, es porque no hemos querido hacer caso. El espíritu de Chávez campa a sus anchas por el Congreso español más aún que en el de Venezuela. Y Txapote, por si no lo sabían, no solo es el votante número uno del PSOE, sino que además ha clonado su voto hasta lograr los 6,8 millones que tiene este partido.

La agresividad se ha adueñado hasta tal punto del discurso político español desde aquel “Usted traiciona a los muertos y revigoriza a una ETA moribunda” que espetó Rajoy a Zapatero que, en breve, ni la credibilidad quedará en pie. Un 86% de los ciudadanos cree que hay demasiada crispación en España y pocos parecen. El próximo en exagerar, como sabemos por la publicación de su discurso por parte de eldiario.es, será Ramón Tamames, que el martes acusará al Gobierno de instalar una autocracia que pone en peligro la estructura constitucional del país. Es tan colosal la acusación que le resultará difícil justificar cómo es posible que en un régimen tan diabólico como el que describe él pueda encabezar una moción de censura. En regímenes autárquicos de verdad, como Rusia, estaría analizando el té por si le han puesto polonio.

Por fortuna no estamos ahí. Y tampoco en el país de las maravillas. Pero sí en una democracia donde la oposición llama a matar. Tristísimo. Hartísimo. 

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