Intento pensar
en lo inevitable
para anticiparme
a sorpresas predichas,
y hacer más pequeña
la pena infinita
de cosas que un día
por siempre se irán
dejándome hecho
un manojo de carne
con ojos resecos
y manos marchitas,
buscando en el aire
la dicha proscrita
de experiencias que fueron
y ya no serán.
Invento razones
para consolarme
antes de enfrentarme
a una silla vacía
a un teléfono mudo
y la melancolía
que habita en la sombra
de la soledad.
Y me digo a mí mismo
que todo termina
que el fin de la vida
es lo más natural
que el recuerdo anestesia
un poco la herida
y ayuda a que el alma
no llore de más.
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